La crianza nunca ha sido sencilla, y hoy en día los retos han tomado nuevas formas. Durante la plática de la semana pasada, “Papás de algodón, niños de cristal”, Trixia Valle nos invita a reflexionar sobre cómo nuestras acciones como papás pueden estar moldeando a nuestros hijos, a veces con consecuencias que no siempre son evidentes.
En la plática se habló de los “papás de algodón”, aquellos que, por amor inmenso y con las mejores intenciones, intentan proteger a sus hijos de cualquier dificultad. Pero esta sobreprotección, motivada muchas veces por la culpa o el deseo de evitarles sufrimientos, puede tener un impacto inesperado que es la formación de los “niños de cristal”. Estos niños, acostumbrados a que todo se les resuelva, llegan a sentirse frágiles ante la vida, incapaces de enfrentar retos por sí mismos, inseguros y dependientes.
En la conferencia se puso sobre la mesa un punto clave: amar no significa resolver todo por ellos, ni justificar actitudes que sabemos que no están bien. Claro, todos queremos que nuestros hijos sean felices, pero parte de esa felicidad viene de aprender a resolver problemas, asumir responsabilidades y enfrentarse a pequeños fracasos que los preparen para los retos más grandes. Como decía Trixia, si nosotros pudimos con las tareas, las discusiones con amigos y los obstáculos de la vida, ellos también pueden.
El problema, nos explicaron, radica en que esta generación, con acceso ilimitado a la tecnología y a estímulos constantes, está enfrentando desafíos distintos a los nuestros. Hay más casos de ansiedad, depresión y desmotivación, y no siempre estamos ayudándolos a desarrollar herramientas emocionales para manejarlos. De ahí la importancia de encontrar un equilibrio: demostrarles amor y apoyo incondicional, pero con límites claros, enseñándoles que el esfuerzo y la disciplina también son formas de amar.
Una de las ideas que más resonó fue que “el amor duro” no es incompatible con el cariño. Los límites les dan a nuestros hijos una brújula interna, un sentido de seguridad y, con el tiempo, les permiten ser más responsables, resilientes y autónomos. Criar hijos felices no es darles todo lo que quieren, sino brindarles lo que necesitan: nuestra presencia, nuestra guía y la oportunidad de aprender a valerse por sí mismos.
En el cierre, nos invitaron a reflexionar sobre nuestra propia dinámica familiar. ¿Estamos siendo “papás de algodón”? ¿Estamos ayudando a nuestros hijos a convertirse en jóvenes fuertes y seguros, o estamos fomentando una dependencia que podría limitarlos en el futuro? Al final, lo más importante es recordar que no se trata de ser perfectos, sino de estar presentes, atentos y dispuestos a mejorar.
La conferencia fue un llamado a mirar hacia adentro, a fortalecer nuestros valores y a reconectar con nuestros hijos desde un lugar de amor firme y auténtico. Porque como se dijo en la plática: “Sólo quien se siente amado puede ser educado, y sólo quien está educado puede ser amado por los demás.”